Poe es un cuento escrito hace poco menos de dos años por una de las creadoras de éste blog, bajo el seudónimo de Helena Rivas. Más tarde fué publicado en el Suplemento Cultural "6 Grados de Separación" del periódico Cambio, en Puebla.
Es un cuento alusivo al "Gato Negro" de Edgar Allan Poe. Esperamos que lo disfruten.
La música a todo volumen no puede sacarme de todos estos pensamientos.
Pensamientos que no son nada. Solo imágenes vagas que se pasean delante de mis ojos y todas irrealizables.
Así ha sido todo el día.
Y toda la semana.
Todo por culpa de ése imbécil que consideró muy graciosa la ocurrencia de aventar bombas caseras a un coche aparcado al lado de nuestra casa.
Cualquier persona con un índice mínimo de inteligencia, sabría que echar cualquier tipo de sustancia inflamable cerca de un deposito de gasolina pude causar accidentes que van más allá de una travesura graciosa.
Pero no, supongo que era mucho pedir esta clase de razonamiento en un idiota aburrido. Y es por eso que después de dos semanas en el hospital con quemaduras de segundo grado, mi hermano a penas puede dar bocado y está todo el día echado en un sillón al lado de Poe, nuestro gato.
Pobre Poe, mirando con desdén hacia la calle; buscando al culpable del sufrimiento de Vincent.
Vincent siempre ha sido mucho más paciente y amable que yo; sin embargo ahora veo sus ojos negros brillar con desesperación a causa del dolor que provocan las quemaduras. No se queja, y sé que no quiere que sufra por él, pero es imposible ocultar mis lágrimas cada vez que veo su hermosa cara deformada por las cicatrices, sus manos vendadas… todo su cuerpo rendido ante un sillón.
Pobre Vincent, me duele tanto como a ti. Cada una de esas heridas me arde en el corazón cuando te arden a ti. Me arden cuando dices, Pobre hermana.
Pero ese día, Poe desapareció.
Yo busqué y busqué.
Recorrí la casa entera, deambulé por las calles, rodeé árboles y lo llamé durante horas, o tal vez más.
Cuando volví a nuestro hogar, Vincent lloraba. No notó que entré, y casi no sintió mis lágrimas sobre su regazo.
¿Qué vamos a ser sin Poe?
No pude dormir, imaginando donde podría estar, pero mas aún la razón de su huida.
Por primera vez en mucho tiempo, tuve miedo. Más que miedo, terror.
Era un sentimiento agobiante, casi alucinante. Poe siempre ha sido más que un gato. Más que un amigo, pero esa es una de las cosas que no importa como sean dichas, al final resultan inentendibles para alguien que nunca ha conocido a Poe.
No sé como, pero cuando me di cuenta, unas motas de luz, luchaban por atravesar la cortina de terciopelo que cuelga al lado del sofá. Me quedé dormida esperando a Poe.
No llegó.
Por un segundo pensé que era una pesadilla. Su canasta vacía, el cascabel en su lugar. Una imagen deprimente.
Abrí la puerta, esperando verlo ahí. Sus ojos brillando. En cuanto lo pensé casi me pareció real su silueta negra.
Pero tampoco estaba ahí.
Pasó el día.
Y más días, muchos días, pero Poe no llegó.
Vincent no hablaba, a penas se limitaba a ver a través de la ventana, buscando inútilmente.
Poco a poco nuestros días se volvieron monótonos, vacíos. Las pocas veces que hablábamos era para recordar a Poe.
Vincent dejó de ver por la ventana, y yo dejé de hablar de él; pero su cascabel se quedó en la cesta. La cesta vacía, igual que nuestro corazón.
31 de octubre, sonó el timbre.
Eran las seis.
Malhumorada me levanté de la cama y fui a abrir.
Un par de muchachos sosos aparecieron con una sonrisa forzada.
Ambos tenían quemaduras. Uno de ellos presentaba tales heridas en los brazos, que me sorprendió lo normal que parecía su expresión, omitiendo claro, la estúpida sonrisa que seguía mostrando.
El otro tenía la cara desfigurada. Llagas en el cuello.
Por un momento me asusté.
Me dije que si estuviera Poe, no tendría miedo.
Respiré profundo e hizo un gran esfuerzo para no mirar las cicatrices.
El de la cara lastimada habló primero.
-¿Está Vincent?
Sí, estaba. ¿Qué querían con mi hermano, estos dos tipos tan extraños?
-Lo necesitamos ver. –Pidió el otro.
Yo no respondí. Analizaba la expresión de sufrimiento del joven al decir la palabra “necesitamos”.
¿Para que lo iban a necesitar?
-Mire señorita, es algo extraño, le suplico que nos permita verlo.
Yo no sabía que hacer, simplemente me quedé allí, mirándolos.
¿Quiénes eran? ¿Porqué estaban en mi casa? No eran amigos de Vincent…
Decidí cerrar la puerta, algo me dijo que no eran de fiar, pero antes de que pudiera hacerlo, uno de ellos estalló en lágrimas.
-¡Usted no lo entiende! Esto que ve, -señaló las heridas- duele. ¡Llevamos semanas así, y cada día sufrimos más, haga lo que haga estas cosas no dejan de aparecer, y más cosas extrañísimas están pasando! Además, ese maldito gato no deja de seguirnos…
¿Qué estaba diciendo el tipo…? Parecía un chiflado, las quemaduras no salen solas, mira que decir tanta sandez… Y luego el gato ese del que habla…
Y entonces lo entendí.
Subí corriendo, hacia la habitación de Vincent, con lágrimas en los ojos.
El me miró asustado, pero no me importó. Lo hice bajar a trompicones por la escalera, y ahí estaba.
Poe delante de los dos hombres, con su mirada desafiante, su pelo negro brillante.
No entiendo aún bien como pasaron las cosas.
Los jóvenes pidieron disculpas una y otra vez a Vincent, lloraron y gritaron palabras que no entendí… después salieron corriendo como si una bestia los persiguiera.
Y ahí estábamos los tres de nuevo. Vincent, Poe y yo.
Mi hermano no entendía nada, y se limitaba a balbucear palabras y mirar al gato y a mí.
Le expliqué como pude la historia de los heridos, y cuando lo hice, casi podría jurar que vi una mirada triunfante en el rostro de nuestro Poe.
Helena Rivas, 2008
Pensamientos que no son nada. Solo imágenes vagas que se pasean delante de mis ojos y todas irrealizables.
Así ha sido todo el día.
Y toda la semana.
Todo por culpa de ése imbécil que consideró muy graciosa la ocurrencia de aventar bombas caseras a un coche aparcado al lado de nuestra casa.
Cualquier persona con un índice mínimo de inteligencia, sabría que echar cualquier tipo de sustancia inflamable cerca de un deposito de gasolina pude causar accidentes que van más allá de una travesura graciosa.
Pero no, supongo que era mucho pedir esta clase de razonamiento en un idiota aburrido. Y es por eso que después de dos semanas en el hospital con quemaduras de segundo grado, mi hermano a penas puede dar bocado y está todo el día echado en un sillón al lado de Poe, nuestro gato.
Pobre Poe, mirando con desdén hacia la calle; buscando al culpable del sufrimiento de Vincent.
Vincent siempre ha sido mucho más paciente y amable que yo; sin embargo ahora veo sus ojos negros brillar con desesperación a causa del dolor que provocan las quemaduras. No se queja, y sé que no quiere que sufra por él, pero es imposible ocultar mis lágrimas cada vez que veo su hermosa cara deformada por las cicatrices, sus manos vendadas… todo su cuerpo rendido ante un sillón.
Pobre Vincent, me duele tanto como a ti. Cada una de esas heridas me arde en el corazón cuando te arden a ti. Me arden cuando dices, Pobre hermana.
Pero ese día, Poe desapareció.
Yo busqué y busqué.
Recorrí la casa entera, deambulé por las calles, rodeé árboles y lo llamé durante horas, o tal vez más.
Cuando volví a nuestro hogar, Vincent lloraba. No notó que entré, y casi no sintió mis lágrimas sobre su regazo.
¿Qué vamos a ser sin Poe?
No pude dormir, imaginando donde podría estar, pero mas aún la razón de su huida.
Por primera vez en mucho tiempo, tuve miedo. Más que miedo, terror.
Era un sentimiento agobiante, casi alucinante. Poe siempre ha sido más que un gato. Más que un amigo, pero esa es una de las cosas que no importa como sean dichas, al final resultan inentendibles para alguien que nunca ha conocido a Poe.
No sé como, pero cuando me di cuenta, unas motas de luz, luchaban por atravesar la cortina de terciopelo que cuelga al lado del sofá. Me quedé dormida esperando a Poe.
No llegó.
Por un segundo pensé que era una pesadilla. Su canasta vacía, el cascabel en su lugar. Una imagen deprimente.
Abrí la puerta, esperando verlo ahí. Sus ojos brillando. En cuanto lo pensé casi me pareció real su silueta negra.
Pero tampoco estaba ahí.
Pasó el día.
Y más días, muchos días, pero Poe no llegó.
Vincent no hablaba, a penas se limitaba a ver a través de la ventana, buscando inútilmente.
Poco a poco nuestros días se volvieron monótonos, vacíos. Las pocas veces que hablábamos era para recordar a Poe.
Vincent dejó de ver por la ventana, y yo dejé de hablar de él; pero su cascabel se quedó en la cesta. La cesta vacía, igual que nuestro corazón.
31 de octubre, sonó el timbre.
Eran las seis.
Malhumorada me levanté de la cama y fui a abrir.
Un par de muchachos sosos aparecieron con una sonrisa forzada.
Ambos tenían quemaduras. Uno de ellos presentaba tales heridas en los brazos, que me sorprendió lo normal que parecía su expresión, omitiendo claro, la estúpida sonrisa que seguía mostrando.
El otro tenía la cara desfigurada. Llagas en el cuello.
Por un momento me asusté.
Me dije que si estuviera Poe, no tendría miedo.
Respiré profundo e hizo un gran esfuerzo para no mirar las cicatrices.
El de la cara lastimada habló primero.
-¿Está Vincent?
Sí, estaba. ¿Qué querían con mi hermano, estos dos tipos tan extraños?
-Lo necesitamos ver. –Pidió el otro.
Yo no respondí. Analizaba la expresión de sufrimiento del joven al decir la palabra “necesitamos”.
¿Para que lo iban a necesitar?
-Mire señorita, es algo extraño, le suplico que nos permita verlo.
Yo no sabía que hacer, simplemente me quedé allí, mirándolos.
¿Quiénes eran? ¿Porqué estaban en mi casa? No eran amigos de Vincent…
Decidí cerrar la puerta, algo me dijo que no eran de fiar, pero antes de que pudiera hacerlo, uno de ellos estalló en lágrimas.
-¡Usted no lo entiende! Esto que ve, -señaló las heridas- duele. ¡Llevamos semanas así, y cada día sufrimos más, haga lo que haga estas cosas no dejan de aparecer, y más cosas extrañísimas están pasando! Además, ese maldito gato no deja de seguirnos…
¿Qué estaba diciendo el tipo…? Parecía un chiflado, las quemaduras no salen solas, mira que decir tanta sandez… Y luego el gato ese del que habla…
Y entonces lo entendí.
Subí corriendo, hacia la habitación de Vincent, con lágrimas en los ojos.
El me miró asustado, pero no me importó. Lo hice bajar a trompicones por la escalera, y ahí estaba.
Poe delante de los dos hombres, con su mirada desafiante, su pelo negro brillante.
No entiendo aún bien como pasaron las cosas.
Los jóvenes pidieron disculpas una y otra vez a Vincent, lloraron y gritaron palabras que no entendí… después salieron corriendo como si una bestia los persiguiera.
Y ahí estábamos los tres de nuevo. Vincent, Poe y yo.
Mi hermano no entendía nada, y se limitaba a balbucear palabras y mirar al gato y a mí.
Le expliqué como pude la historia de los heridos, y cuando lo hice, casi podría jurar que vi una mirada triunfante en el rostro de nuestro Poe.
Helena Rivas, 2008
Aquí la página del blog del Suplemento: http://6-grados.blogspot.com/
Y el blog de la escritora: http://sritarivas.wordpress.com/
Interesante tu cuento, muy acertada la tendencia hacia el estilo de Edgar Allan Poe, evidenciando el misterio y el clasico triunfo del bien sobre el mal, en la vida real actual con tanta violencia por la delincuencia raramente ocurre el triunfo del bien sobre el mal, aunque al final de nuestra existencia todos tenemos lo que nos merecemos. Hoy por la mañana lei en una nota de un periodico un caso de un ranchero de Tamaulipas, al cual un grupo delincuente, llamase Zetas, Golfos, lineas, aztecas, al cabo son unos ladrones y asesinos y el nombre sale sobrando, le habian dado un ultimatum de que debia entregar su rancho o propiedad en un plazo de 24 horas, el ranchero en lugar de amedrentarse y denunciarlos con las autoridades correspondientes despidio a todos sus trabajadores y preparo todas sus armas para hacerles frente el solo a estos desalmados delincuentes, logro matar a cuatro y herir a dos mas, el murio de un granadazo. Este hombre murio defendiendo lo que con mucho esfuerzo logro levantar y no le hizo justicia la vida ni el sistema corrupto juducial que nos rige, los delincuentes que murieron recibieron lo que merecian.
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